Este es el relato corto que se incluía en la antología AILOFIU de 2015. Es un regalo para vosotros.
15 de abril de 2010
Querido diario,
Hoy es el día en el que voy a despedirme de Miguel. No creo, ni por asomo, que sea capaz de sobrevivir a lo que me espera. Enterrar a la persona que más quería en este mundo hace que mi corazón descarrile desbocado sobre unos matojos de ortigas, y el dolor se mantiene ahí, lacerante hasta la extenuación. No puedo olvidar lo poco que llevo escrito en este diario, el cáncer que se estaba comiendo a Miguel me tenía completamente esclavizado.
Hoy me despediré de él, pero eso ya lo habíamos madurado. Durante los últimos cinco meses ya habíamos tomado conciencia de que iba a irse. Lamentablemente, para lo que no voy a tener fuerzas es para lo que me espera mañana. Mi madre y yo cogemos un avión para Rusia. Vamos a buscar a María, la niña por la que Miguel y yo luchamos durante cinco largos años para conseguir. Pero mañana ese pequeño duende no conocerá a su padre. Va a perderse a esa maravillosa persona que era mi marido y que nunca podrá conocer que por el vídeo que creamos para ella. No sé si voy a ser capaz de llevar a esta niña yo solo. Miguel siempre decía que yo sería un padre “histérica”, y yo me reía. Pero ahora… Ahora no tengo la más remota idea de cómo voy a solucionar esto.
Me gustaría poder despedirme de Miguel por última vez, como hicimos en el hospital. Necesito pasar página y enderezarme. Le prometí…, me hizo prometerle que no lloraría. Ya habíamos llorado demasiado y era tiempo de lamerse las heridas. Tengo que ir al entierro con la cabeza alta y con la ilusión de que esa niña será el legado que tendré de la persona que más he amado en este mundo. Pienso dedicar mi vida a enseñarle a esta pequeñina la maravillosa persona que era.
Pero ha llegado el momento, he de decir las últimas palabras para Miguel, esas que no diré en el entierro a menos que quiera incumplir mis promesas.
Te amaré siempre, mi Miguel.
30 de abril de 2010
Hola, diario.
Acabo de llegar a Barcelona. María está durmiendo en su cuna y yo estoy en una nube. Es la cosa más endemoniadamente bonita del mundo. Mamá y Laura están completamente enamoradas de ella. Va a ser la niña más consentida del mundo. Su abuela y su tía van a convertirla en una malcriada. Qué decirte de María. Es un pequeño ángel rubio con una piel nívea y unos ojos azules que podrían rivalizar con el cegador cielo de un despejado verano. Es muy tierna. Cuando la vi por primera vez, lamentablemente pensé en Miguel, en cómo le habría encantado conocerla, casi podríamos haber dicho que eran padre e hija de verdad. Apenas estoy durmiendo porque María está muy inquieta, tiene que acostumbrarse a vivir en su nueva cunita. Con tan solo dos añitos es la cosita más lista del universo y nos tiene a todos alucinando. Siento no tener tiempo para escribir, pero mi vida ha decidido cambiar para siempre.
Cuatro años después.
—¡María, ven aquí ahora mismo y ponte la chaqueta!
—¡No quiero!
—¡María…!
Biel estaba desesperándose, hacía más de media hora que deberían haber salido hacia la librería. Eran las vacaciones de invierno y no había podido conseguir que nadie se encargara de la niña.
—Cariño, tengo que abrir la tienda, no podemos demorarlo más.
—¿Puedo llevarme una muñeca?
—Claro que puedes, mi amor, pero solo una. Ve a buscarla y date prisa.
María ya iba primero y era vitalidad en estado puro. Por suerte para Biel, la niña bajó rápidamente con su muñeca bajo el brazo.
—¡Papá! ¿Me pondrás Frozen en la tienda?
—No sé si ya habrás gastado el disco donde está la película.
—¡No hay ningún disco!
—Vale, vale, me atrapaste.
Alzando las manos como si se rindiera fueron bajando las escaleras y abrieron la puerta para salir a la calle. Biel miró hacia atrás para coger de la mano a su hija y algo lo golpeó en el costado, tirándolo al suelo con violencia.
—¡Papá! —chilló la pequeña María.
Biel estaba consciente y solo tenía mente para ver que su hija estuviera bien. Por suerte la niña estaba delante de él y ni tan siquiera se había movido. Unos fuertes brazos lo cogieron de los hombros y le ayudaron a levantarse, con tan mala suerte que se les enrollaron las piernas y volvieron a caer los dos.
—¡Joder!
Se oyó el grito del muchacho que había arrollado a Biel mientras su hija estaba riéndose de la situación.
—¿Por qué no miras por dónde vas?
—¡Eres tú el que ha salido del portal sin mirar, imbécil!
—Cuida tu lengua, tío, que hay una niña delante.
—¡Y qué! Estoy intentando ayudarte, pero no paras de moverte y no tengo demasiada estabilidad con los patines.
Biel miró a los pies del muchacho. En ese instante, como si del golpe todo se hubiera girado, comenzó a tener un ataque de risa. Una risa que hacía mucho tiempo que no salía de su interior de forma natural. Solo de imaginarse al chico intentando ayudarle a levantarse, con los patines puestos, y caer de nuevo por la falta de soporte, ya conseguía que le doliera la barriga.
—Yo no le veo la gracia, ¿eh? Inténtalo tú con unas ruedas en los pies.
Biel se incorporó ligeramente dolorido y con la sonrisa en la cara. Se inclinó hacia el muchacho y lo miró por primera vez. Llevaba un casco que dejaba entrever su ígneo color de pelo. Unos intensos ojos verde hierba resaltaban sobre un rostro anguloso y masculino.
—Esto…, no sabes cuánto lo siento… He salido…, digo…, no he mirado… ¡Joder!
El muchacho se irguió sobre sus patines usando a Biel como apoyo.
—No pasa nada, de verdad. Siento haber dicho una palabrota delante de la niña.
—Yo lamento haber sido un borde —dijo, intentando no parecer un imbécil más de lo que ya lo había parecido.
—Tranquilo, de verdad. No me he hecho daño, ¿y tú?
—Ni un rasguño, solo mi orgullo —susurró Biel la última frase, esperando que no fuera oída.
—Siento no poder pararme, pero he de irme. Lo siento de veras.
—No te preocupes, no hay daño aparente.
El muchacho reanudó su marcha de nuevo y Biel se quedó mirando lo prieto que le quedaba el culo en sus pantalones.
—¿Papi?
La aguda y estridente voz de su hija le hizo salir de su estupefacción. Tres años sin sexo le estaban pasando factura y, aunque no era un jovenzuelo, tenía sus necesidades.
—Sí, cariño, ya vamos.
Cogiéndola de la mano, se dirigieron hacia la librería donde estaría esperándoles Carme, la hermana de Biel, quien trabajaba con él en el negocio familiar que habían heredado de sus padres. Carme estaba ahora embarazada de gemelos, a punto de cumplir ya los seis meses. Por ese motivo, en vez de hacer el trabajo que hacía normalmente, se dedicaba a cobrar y a cuidar de María. Llegaron al establecimiento y Carme les saludó con la mano con efusividad. María se soltó de la mano de su padre y corrió a arrollar a su tía preferida. Mientras las dos mujeres de su vida se entretenían mutuamente, Biel levantó la persiana y abrió la puerta de la tienda.
Todo estaba como siempre, ninguno de los dos hermanos había querido cambiar ni un solo mueble del lugar. Les resultaba muy doloroso quitar cualquier cosa que hubiera dentro de esas cuatro paredes. En cada una de las estanterías, mesas, sillas y muebles estaba la mano de su ya fallecido padre. Y detrás de cada planta, adorno, cuadro, orden de los libros o cartel de categorías estaba la mano de su madre. Hacía ya más de un año que la habían perdido y su ausencia era, a día de hoy, lo que más les tenía unidos. Al menos su madre había podido disfrutar de su nieta dos buenos años, aunque murió sin saber que parte de ella seguiría su camino con su hija.
Aún faltaba una hora para abrir la librería, así que Carme acomodó a María en la zona infantil mientras iba al despacho a buscar su pequeño zumo. Mientras, Biel estaba con la contabilidad e inventario. Encima de la mesa había un sobre con la documentación a rellenar para tener un estand enfrente de su librería para poder vender libros y rosas el 23 de abril.
Se acercaba Sant Jordi, la fecha donde más libros vendían. Se habían especializado en varias temáticas que les daban buenos beneficios, la novela romántica y la fantástica. Buscaban libros raros y los traían para que los clientes se los sacaran de las manos. Aun con las quejas de Biel, Carme se había emperrado en tener una sección de temática LGBTI. Esta siempre se sorprendía ante la negativa de su hermano.
—¡Pero si tú eres gay!
—Sí, pero serlo no significa que todo tenga que rodearme. Ya vendemos libros románticos y fantásticos.
—Eso no quiere decir nada, Biel. Creo que sería bueno poner una banderita gayfriendly en la entrada y tener libros de temática en las estanterías. ¿En qué puede hacer daño?
—¿En nuestros bolsillos?
—Biel, no quiero discutir. Esa estantería de ahí —dijo, señalando la que estaba al lado del gran ventanal— será la que usaremos, junto a una mesa enfrente con las novedades.
Discutir con ella era perder el tiempo; malgastarlo en una discusión que sabes de antemano que no vas a ganar no tiene demasiado sentido. Pero el tiempo hizo que su boca se cerrara, ya que al haber una tienda abierta a la novela de esa temática, muchos lectores se interesaban.
Terminó de rellenar el formulario para la mesa; ya estaba cumplimentado y en un sobre para enviar. Sacó la cabeza por el marco de la puerta y vio a las chicas jugueteando con algunos de los juguetes de la zona infantil. Sin decir nada, salió de la tienda a buscar un par de cafés para poder empezar la mañana con buen ritmo. La cafetería estaba vacía y pudo pedir sin agobiarse sus bebidas. La chica que estaba despachando ya le conocía y siempre le preguntaba por María.
Cuando llegó a la puerta de la librería ya había dos chicos esperando. Estaban discutiendo a un lado de la tienda, así que no les dio demasiada importancia mientras no llegaran a las manos. Abriendo la verja de la puerta completamente, Biel entró en la tienda. Le gustaba mucho quedarse dos segundos en la entrada de la misma; el olor que le invadía, ese aroma a papel se impregnaba en las fosas nasales.
Dejó el café sin cafeína encima del mostrador mientras dejaba el cambio dentro de la caja. Miró a la puerta de la tienda y después hizo un barrido completo a su pequeño paraíso. El local tenía unos ciento cincuenta metros cuadrados, las paredes estaban pintadas de un verde oscuro que había tenido tiempos mejores y que suplicaba por un repintado. Llenas de estanterías de color negro, la madre de Biel siempre decía que un color oscuro en los estantes hacía que los libros brillaran con fuerza. A día de hoy no podía más que darle la razón. Las letras blancas o doradas de los lomos sobresalían por encima de los colores de fondo. Sillones repartidos estratégicamente para que se vieran desde fuera permitían gozar de la lectura y hacían de reclamo publicitario a través de los grandes ventanales.
Cuando sonó la campanilla de la tienda, Biel no levantó la cabeza. Le gustaba que los clientes entraran y no se sintieran acosados por un vendedor que les persiguiera. Esto hacía que el cliente se sintiera cómodo y paseara sin sentirse obligado a interaccionar con los demás seres humanos de su alrededor. Los lectores de libros son muy raros.
Mientras repasaba el inventario de libros reservados, pudo sentir una respiración justo delante suyo. Levantó la mirada hacia el cliente que estaba esperando y dio un paso atrás, sorprendido. ¡El chico que le había arrollado hacía un rato!
—Perdón, estoy buscando un libro.
Biel le miró, tenía los ojos enrojecidos y acuosos. Pero eso no impedía que se viera ese verde esmeralda en el cual uno podía perderse. Intentó mantenerse firme y relucir una sonrisa agradable. Pudo verlo de cuerpo entero esta vez. Bajo una ajustada camiseta roja se podía observar un tonificado cuerpo. Y los tejanos que llevaba se le ceñían a las piernas, ajustándose perfectamente a su contorno.
—¡Pues has venido al sitio indicado! —exclamó con cierta efusividad ensayada—. ¿Qué libro andas buscando?
—Las garras de astracán, de Terenci Moix. Una amiga me lo ha recomendado y no lo encuentro con facilidad.
A Biel le sonó excesiva la excusa. Cualquier libro de Terenci Moix sería muy fácil de encontrar en cualquier librería.
—Déjame mirar si tengo alguno en las estanterías. Pero si quieres, puedes ir buscándolo tú también en la sección de narrativa.
—Puedo esperar. Siento haberte arrollado antes, por cierto.
Biel sonrió de nuevo y le miró directamente a los ojos.
—No he tenido que ir al hospital ¿verdad?
El chico intentó sonreír de vuelta y Biel agachó de nuevo la cabeza para mirar el monitor del ordenador.
—Vale, tú ganas.
—Eso me decía mi marido siempre —pensó en voz alta Biel.
—Qué afortunado, entonces.
—Lamentablemente soy viudo, así que en realidad soy poco afortunado.
Biel no sabía por qué le había soltado de golpe esa frase con tanta hostilidad. No era propio de él saltarle así a un cliente.
—Lo siento, de veras. No quería ofenderte —dijo el chico, abochornado.
—Oh, el que debe pedir disculpas soy yo, tú no tienes la culpa de mis historias. Por cierto, no tengo el libro que me has pedido. Quizá en alguna librería más grande lo puedas encontrar a buen precio.
—¿Qué clase de vendedor eres tú? ¿No tendrías que decirme ahora que me lo pides y que me llegará en varios días?
—¿Un vendedor honrado? —confesó esta vez con una sonrisa sincera.
—Pues me niego a que un buen trato se quede sin recompensa. ¿Me lo puedes pedir, por favor?
—¿Hablas en serio? —preguntó Biel, sorprendido.
—¡Claro! —afirmó mientras hacía el gesto para sacarse algo de la mochila—. Te dejo mi tarjeta para que puedas llamarme cuando esté y pueda venir a buscarlo.
Biel cogió la tarjeta que le estaba entregando el patinador, se la quedó mirando durante una fracción de segundo y después miró a Iker de nuevo a la cara.
—Yo me llamo Biel.
—Yo soy Iker, aunque… ya lo habrás leído en la tarjeta —declaró, poniendo una mano sobre la nuca de un modo que lo hacía adorable.
De repente, Iker miró hacia abajo.
—¡Hola, señor patinador!
—Hola, pequeña. ¿Cómo estás? —dijo mientras se arrodillaba para ponerse a la altura de la niña.
—¿Has venido a tirar a papá de nuevo?
—No, cariño, he venido a comprar un libro.
—¿Y dónde está el libro?
—Pues tu papá no tiene ninguno aquí y me va a pedir uno.
—¿Y tiene dibujos?
—Pues la verdad es que no. Es todo letras.
—A mí me gustan los que tienen dibujitos y princesas.
—Pues cuando venga a buscar mi libro me leeré uno de princesas contigo, ¿vale?
—¡Vaaaaaaale!
María, como muchos críos, era muy extrovertida y sinvergüenza. Ya había hecho un nuevo amigo, lo que la hacía la niña más feliz del universo. Mientras tanto, Biel iba haciendo el pedido del libro de Terenci Moix.
—Me llegará dentro de tres días, por suerte he podido meterlo en el pedido de esta semana.
—¡Eso es maravilloso! —exclamó Iker, al parecer muy ilusionado.
—Entonces, Biel, tenemos una cita.
—¿Perdona?
—¡Claro! Tú me llamas cuando esté el libro y yo vengo a buscarlo.
—Ah, sí, perdona, se me cruzaron los cables.
Iker se acercó un poco más para no hablar demasiado alto y miró directamente a los ojos de Biel.
—Aunque si quieres otro tipo de cita, estoy disponible.
—¡¿Como?! —gritó Biel, sorprendido
—Perdón, perdón, perdón. Siento si te ofendí, como vi la bandera gay en la entrada pensé que entendías. Y… nada…, que me has parecido guapo, y como estás viudo pensé que… Es igual…, déjalo…, ha sido una tontería. Ruego que me disculpes de nuevo.
Biel vio cómo Iker daba la vuelta y se iba de la librería. Nunca le habían abordado tan directamente, pero la verdad era que después de tres años de sequía, la insinuación de Iker le sabía a gloria.
—¡Iker! —chilló Biel desde el mostrador.
El muchacho rotó sobre su eje, rojo como un tomate.
—Pasa a recogerme mañana a las nueve e iremos a cenar.
Su rojiza cara se iluminó y terminó adornada con una sonrisa tan espléndida que a Biel le flojearon las piernas en ese mismo instante.
—¡No te arrepentirás! —exclamó mientras salía de la tienda.
Biel se quedó mirando la puerta, embobado. ¿De dónde había salido esa valentía? Ni con Miguel había sido tan atrevido. ¿Era la necesidad la que le empujaba hacia un perfecto desconocido?
—Así que mañana por la noche me toca de niñera, ¿no? —preguntó su hermana, que se había incorporado para ir a por agua—. Veremos una película —dijo, mirando más a María que a él.
—¡Sííííííííííííííííí! ¡Frozen! —chillaron las dos al unísono.
Biel miró a las dos chicas y sonrió feliz, como no había sonreído en muchísimo tiempo.
Iker no se lo podía creer. Biel había aceptado la cita que llevaba planeando durante mucho tiempo. Habían sido semanas de arduo trabajo y de locura, siguiéndole por todos lados para observar su rutina. Era curioso cómo había cambiado toda su vida. Nunca le había visto con ningún hombre, solo tenía a su hija y su hermana. Había pasado días acechándoles por si se habían cambiado de casa. Casi le descubren hoy porque el hermano de Iker le había dicho que estaba raro y no entendía su actitud. Pero su plan había empezado a rodar y no podía pararlo. Esto se iba a poner interesante. Pedirle para salir a cenar a Biel estaba siendo una maniobra arriesgada, estaba desesperado, ¡pero había salido bien! Quizá el accidente simulado había sido un poco premeditado, pero necesitaba generar el primer contacto con Biel y que no se sintiera violento con él.
Como si fuera por control remoto, estaba ya subido al metro y había llegado a su parada. Lo hacía cada día cuatro veces; al final, el cuerpo sabía dónde tenía que bajarse, él apenas controlaba nada. Ensimismado, iba mirando su teléfono y apuntando en la agenda que tenía que recoger a ese hermoso hombre mañana a las nueve en punto.
Llegó a su casa y soltó todo el lastre que llevaba encima. Sin pensárselo, se sacó la ropa y se dispuso a desnudarse. La ducha le refrescaría la mente y podría relajarse. Tenía los nervios a flor de piel. Fue una ducha rápida, sin pensar siquiera en nada. Salió desnudo y se puso delante del espejo.
«¿Por qué no me dejas salir?», preguntó el Iker del espejo.
—Porque no ha llegado el momento adecuado, Iker.
«¿Y cuándo llegará?».
—Dentro de poco, primero tengo que decirle que le amo y me despediré de él.
«Ah, claro, y luego me dejarás a mí, enamorado hasta las trancas de él, tirado en la cuneta sin que él pueda devolverme ese amor porque yo era solo el cascaron de su marido muerto. Muy bonito».
—No seas cínico, Iker, te prometo que solo necesito resolver el problema. Si no, no podré irme y me tendrás aquí siempre.
«Entiendo por qué te enamoraste de él. Es amor concentrado en un solo ser. Adora la literatura, ama la librería de sus padres, quiere a su hermana con locura y se desvive por vuestra hija».
—Biel es la persona más increíble del universo. Cuando me quedaba poco más de un mes de vida, yo estaba agonizando. Se desvivió para que pudiera ver todo aquello que no había visto en persona, buscando videos, contactando con gente de todo el globo para hacer pequeñas videoconferencias para que me enseñaran rincones del mundo. No había llorado tanto desde que vi el principio de Up.
La risa de Iker tronó con fuerza y su imagen se desdibujó del espejo.
—Tranquilo, colega, sé que te estás enamorando de él. Será todo tuyo.
Al día siguiente, Iker estaba histérico, le resultaba imposible quedarse quieto en un sitio. No dejaba de dar vueltas en su despacho.
—Iker, tu padre ha llamado para que vayas a su oficina —habló la secretaria que había abierto la puerta.
—Dile que en diez minutos estoy allí.
Cogiendo su tablet, se puso la chaqueta. Cuando estaba en la oficina dejaba que el verdadero Iker tomara el control porque era imprescindible para mantener su coartada. Se fue directo al despacho de su padre y abrió la puerta sin llamar.
—¡Ah, hijo, aquí estas!
—¿Me necesitas para algo, padre? Debo irme en breve.
—No te entretendré demasiado. Necesito que revises el caso Martínez, tu hermano no puede encargarse de eso y es necesario ponerse con él. Es muy urgente.
—Mañana lo miraré a primera hora y me pondré con ello.
—Quiero que lo trates ahora, Iker, no hay tiempo que perder.
Iker miró con hastío a su progenitor. Le iba a joder su cita con Biel y no estaba dispuesto a que se la jodieran.
—Lo siento, padre, pero hoy tengo planes, y en cuanto termine el caso Perea me iré a casa.
—¡De eso nada, tu terminarás de planear el caso Martínez ahora mismo, o cuando salgas por esa puerta ya puedes irte despidiendo!
Iker no tardó ni un segundo en pensárselo, como si fuera algo que llevara muchísimo tiempo esperando. Arrancándose la corbata se la tiró a su padre a la cara.
—¡Pues aquí tienes tu trabajo, padre!
Sin darle tiempo a reaccionar, se giró y abrió la puerta del despacho.
—¡No te atrevas a darme la espalda, Iker, o lo lamentarás!
Eso encendió mucho más al muchacho.
—¿No te has dado cuenta de que llevo esperando que me amenaces con esto mucho tiempo, padre? Llevo deseando salir de este purgatorio desde que acabé mi carrera de Derecho. ¡Vete a la mierda!
Dando un sonoro portazo, se alejó hacia su despacho a coger las pocas cosas que le pertenecían.
Su secretaria se levantó al ver que recogía sus cosas.
—¿Dónde vas, Iker?
—Me voy de esta empresa de mierda, Marta, no aguanto más. Acabo de decirle a mi padre que renuncio y me piro de aquí.
La cara de angustia de su secretaria era bastante comprensible. Había sido contratada únicamente por él, y si él se iba, ella se quedaba en la calle.
—Voy a montar mi propio despacho. Te llamaré.
Eso pareció tranquilizarla algo mientras él terminaba de recoger sus cosas. Le pidió a Marta que hiciera una copia de sus casos privados y se los enviara por mensajero a casa mañana.
«¿Estás seguro de esto?».
—Nunca he estado tan seguro de algo como ahora mismo. No debería haber permitido que mi padre me secuestrara así. No era lo que yo quería. Pero mira, no hay mal que por bien no venga. Con lo que he ahorrado y lo que mi padre debe pagarme, podré montar mi propia oficina.
«No lo harás por Biel, ¿verdad?».
—En realidad, sí. No quiero vivir una vida de mierda con complicaciones. No quiero que eso afecte a mi relación como le afecta a mi hermano con su matrimonio o la falsa vida que vive mi padre.
«Entiendo».
Un poco más tarde, Iker llegó a casa y dejó que su visitante tomara el control. Dejando las cosas encima del sofá, se desvistió y fue directo a la ducha. Necesitaba estar terriblemente arrebatador para Biel esa noche. Se puso ropa que sabía que a él le gustaría, colores que sabía perfectamente que llamarían su atención. Cuidadosamente eligió una camiseta de manga larga con un tono verdoso tierra, que una vez puesta sobre sus pectorales marcaría cuerpo. También eligió unos pantalones de color tierra. Nunca había llevado tejanos y no iba a empezar ahora. Obligó casi a Iker a comprar estos pantalones para poder llevar a cabo su plan de conquista.
Sin pensárselo, se fue raudo hacia la librería. Quería estar allí antes de que Biel llegara.
Entró en el local y allí estaba Carme atendiendo a una clienta en el mostrador. María estaba jugueteando en la zona infantil que le habían habilitado.
Se acercó a ella lentamente y ella le miró, sonriendo.
—¡Tú eres el señor de los patines!
Iker le sonrió sacándose la chaqueta, que dejó en un pequeño sillón. Luego se sentó junto a la niña, dispuesto a jugar un rato con ella.
Biel estaba nervioso. Hacía mucho tiempo que no tenía una cita, y decir que estaba agitado era un eufemismo. Aún recordaba con cariño la primera cita con Miguel y cómo este le había acosado en la discoteca durante cinco eternos fines de semana hasta que aceptó liarse con él. A insistente nadie le ganaba.
En ese instante se sintió raro por estar preparándose para una cita y de repente pensar en su antiguo amor. Miró la foto de su boda, que aún estaba encima de la mesita de noche. La miraba siempre antes de ir a dormir y le contaba mentalmente qué había hecho María mientras sus ojos se iban cerrando.
Mirándose al espejo por última vez, ya se había decidido por la ropa que iba a llevar puesta. Después de probarse un conjunto demasiado juvenil, creyó que para una cita debería ir algo mejor vestido. Una camisa blanca entallada, una americana azul celeste y unos pantalones tejanos desgastados.
Se veía joven para sus treinta y cinco años. Ajustando su negro pelo hacia un lado, su aspecto había mejorado. Por norma general, y desde que tenía a María, su aspecto era bastante simple, no le quedaba demasiado tiempo para entretenerse cuidándose mucho.
Las chicas se habían quedado en la tienda mientras él se cambiaba; quedaban solo quince minutos para que Iker llegara a buscarle allí. Raudo y veloz, agarró las llaves de casa, la cartera y el móvil, y salió corriendo hacia la librería. Por suerte para él, vivía a menos de cinco minutos andando, pero ese día solo tardó dos en presentarse en la tienda. Entró casi en tropel; a punto estuvo de tirar una estantería cuando abrió la puerta. Y para su fastidio, Iker ya estaba en el local jugando con María.
Se maldijo para sus adentros por haberse vestido tan elegante.
El chico estaba para comérselo de arriba abajo, eso era innegable. Llevaba puesta una camiseta de manga larga de color verde, ajustada a su escultural cuerpo como si de una segunda piel se tratara, y unos pantalones chinos de color pardo. La chaqueta de cuero estaba sobre uno de los sillones infantiles y él estaba totalmente tirado en el suelo haciéndose el vencido en una batalla.
Biel no puedo evitar estremecerse al pensar que ese podría haber sido Miguel. Pero no lo era. Era tiempo de empezar a pensar en sí mismo y en tener de nuevo una vida propia.
—Hola, Iker. Has llegado antes.
Iker giró medio cuerpo y miró hacia arriba.
—Espero que no te moleste, no tenía nada que hacer y pensé en no llegar tarde. Y aquí me tienes, quince minutos antes. ¿Quieres que venga después?
—No, no. Es perfecto. Mi hermana se encargará de María durante mi cita.
—¡Oh, estupendo!
Iker se levantó y Biel perdió la capacidad de respirar por un par de segundos. El chico no estaba bueno, era un puto dios.
—Entonces… ¿Dónde vamos?
—Había pensado en ir a un restaurante griego. Espero que te guste.
—¡¿Estás de broma?! Es mi comida preferida.
—¡Qué bien! Pues vamos tirando.
Se despidió de su hermana y le dio un sonoro beso a su hija.
—Volveré después, ratoncito.
—Pásalo bien, papi.
Biel miró de nuevo a Carme; esta le hizo una señal de asentimiento con la cabeza y le mostró una sonrisa picarona.
Se dirigieron hacia el centro y llegaron a un restaurante griego que había en la calle Urgell. Se sorprendió muchísimo porque era el restaurante griego preferido de él y Miguel.
—Espero que te guste este restaurante.
—En realidad, ya lo conocía. Solía venir mucho por aquí hace tiempo —dijo, recordando sus tiempos pasados con su marido.
—Vaya. No la habré cagado, ¿no?
—Para nada. El sitio es perfecto.
Sentándose a la mesa, se dispusieron a tener su cita. Se pasaron casi dos horas comiendo y hablando sin parar de ellos. Por supuesto salió el tema de que Biel era viudo e Iker fue un amor. Sin casi dudarlo, Iker era su alma gemela. Coincidían en muchas cosas. En otras quizá no eran tan afines, pero no existe la química automática.
A su acompañante no le molestó que tuviera una hija. Es más, se deshizo en palabras hacia ella, ganándose aún más de cerca el corazón de Biel. No podía evitar pensar que le había tocado la lotería al encontrar alguien tan afín. Su cuerpo estaba casi volviéndose loco por ver lo que había debajo de su ropa. La tensión era tal que podía notar las piernas de Iker rozando las suyas.
—Iker…, no puedo más…
—¿De qué?
—Tengo la necesidad, y no me preguntes por qué, de besarte.
—Llevo esperando eso desde que te vi ayer en la librería.
Biel se estremeció al escuchar esa susurrante súplica.
—En tu casa. La mía está ocupada.
—¡Señor Biel, que lanzado es usted!
—Déjate de tonterías. Llevas mirándome como si estuviera desnudo más de la mitad de la cena.
—¡Eso es mentira!
—¿Lo niegas?
—Sí, afirmo categóricamente que mientes. Llevo imaginándote desnudo desde que entraste por la tienda para recogerme.
—Ja, ja, ja, no me hagas reír.
—Al verte antes he tenido que detenerme y suplicarle a mi cerebro que no me dejara perder el control.
Biel se quedó paralizado. Esa frase… Esa frase era de Miguel. Se la decía siempre que quería llamar su atención. ¿Casualidad? Eso le generó una confusión que le dejó fuera de juego.
—Biel, ¿estás bien?
—Sí, sí, perdona. Se me fue la cabeza a la luna de valencia.
—¡Vaya! Yo que tenía toda la intención de llevarte allí. Ahora tendré que buscar otra… ¿Cuenca quizá?
Biel no puedo evitar dejar escapar una risa nerviosa.
—¿Me está usted cortejando, señor…?
—González. Soy Iker González. Para servirle en lo que haga falta.
—Qué educado. Creo que me dejaré cortejar si me lleva rápido a sus aposentos. No creo que pueda soportar este corpiño por mucho tiempo, me está asfixiando.
Salieron del restaurante y Biel de pronto se dio cuenta de que no había pagado nada.
—¿Cuánto te debo por lo del restaurante? No permitiré que lo pagues todo.
—Me lo pagarás en carne, por no dejarte cortejar adecuadamente y preguntar por la cuenta.
Y ahí estaba de nuevo una frase de Miguel. Biel se sentía abochornado. ¿Estaría proyectando en Iker su añoranza por alguien que ya no estaba?
—I-I-Iker.
—¿Sí?
—¿Que me estás haciendo?
—Ahora te lo contaré.
Ya casi llegando a casa de Iker, Biel seguía dándole vueltas a la cabeza a toda la situación. Habían estado hablado de camino a su casa, pero todo esto empezaba a tener un cariz algo raro que no conseguía sacarle ese runrún de la cabeza.
Cuando el chico iba a abrir la puerta, Biel se quedó plantado delante del portal y le miró directamente a los ojos.
—Esto no me gusta, Iker. ¿Qué está pasando?
La cara del muchacho era un poema, pero muy delatora con respecto a las elucubraciones que Biel tenía en su cabeza.
—Subamos y te lo cuento todo.
—¿Y por qué tendría que subir contigo? Esto me da muy mala espina.
—Te lo suplico, Biel, no es nada malo. No me hagas rogártelo, caro.
Ya era el colmo… ¿Cómo sabía Iker que Miguel le llamaba caro en la intimidad? Este tío era un enfermo.
—¡Aléjate de mí, eres un tarado!
Biel se giró y empezó a correr, asustado, pero Iker era muchísimo más atlético y rápido que él. Agarrándole de la cintura con suavidad y colocándose a su espalda le susurró suavemente en la oreja:
—Caro mio, devo dire addio —musitó con apacibilidad—. Tu sei la metà da la mia anima e proteggere sempre.
Perdiendo lo último que le quedaba de aliento, Biel se detuvo en seco. Solo cuatro personas sabían el voto secreto que Miguel le había dicho a la oreja el día de su boda. Y una de ellas estaba muerta. Las otras eran su hermana y su hija. Nada de esto tenía sentido.
—Amor mío, debo decirte adiós —dijo en voz alta Biel—. Tú eres la mitad de mi alma y la protegeré por siempre.
Dándose la vuelta, pudo ver en los verdes ojos de Iker.
—¿Miguel?
—Sí, caro mio, no me queda mucho tiempo e Iker necesita volver a retomar su vida.
—Pero…
Miguel puso un dedo sobre los labios de su amado. Este, con los ojos acuosos, no podía dejar de gimotear.
—Vamos a casa de Iker y te lo cuento todo.
Como un no muerto vestido con estilo sacado de The walking dead, le siguió hasta su casa. Se sentó en el sofá, y poniendo sus manos sobre su rostro las chocó contra las rodillas y empezó a llorar. Pudo sentir cómo las manos de Iker se posaban sobre sus hombros y eso hizo que se estremeciera.
—No llores, Biel. Por favor. No llores.
Levantando la cabeza y con la visión empañada por las lágrimas, no le salía ninguna palabra de la boca.
—Déjame contártelo todo desde el principio.
Yo estaba muerto. No sé qué hay después de la muerte. Solo me encontré en nuestra casa, desesperado porque tú estabas fuera. Te habías ido a buscar a María. Estaba tan aterrado que me desesperé. No podía tocar nada, nadie me veía y mucho menos podían sentirme.
No sin cierto esfuerzo salí de casa e intenté llegar a ti de alguna manera. Pero algo me mantenía atado a la casa, no podía ir más allá de dos calles. Así que me pasé un mes solo, sin poder hablar con nadie, solo viendo la vida pasar delante de mis ojos pero no pudiendo tomar ninguna acción. La ventaja: estaba en casa y todo lo que tenía a mi alrededor me era familiar. Así que me quedé en una especie de letargo hasta que llegaste con la niña.
Verte manteniendo el tipo para que ella se sintiera bien me dolía tanto que solo tenía ganas de reconfortarte. Pero no era nada comparado con la alegría y felicidad que mi espíritu sintió. Intenté tocarte pero me resultó imposible, nada de lo que hacía lo notabas. Así que me dediqué durante casi dos años a verte vivir la vida.
Debo decir que hiciste mucho por María, pero viviste como un alma en pena durante los dos primeros años. No era lo que nos habíamos prometido, y lo sabes. Incluso cuando tu madre había fallecido, en ese tiempo solo lo añadiste a tu pena.
Fue tu hermana la que consiguió sacarte de tu letargo. Al tener que encargarte al cien por cien de la librería, de golpe y porrazo, pude moverme de casa a la librería. No sé por qué, pero ya no estaba encerrado en casa. Ni qué decir que eso fue como una liberación para mí; ahora podía ver a más gente, podía vivir más tu día a día.
Y ahí apareció Iker. Estaba buscando un libro de erótica gay. Y mientras buscabas, él te comía con los ojos. Primero sentí unos celos terribles que me hicieron tener ganas de matarle. Cuando se fue, desaparecieron tan rápido como aparecieron. Pero pude notar algo donde debería estar mi corazón.
Tres semanas después, Iker volvió a por otro libro. Lo curioso es que tú estabas tan abstraído que no te diste cuenta de que era el mismo chico. Te volvió a comprar otro libro e intentó hablar contigo. Pero te refugiaste en María para no tener que lidiar con alguien que deseaba hablar contigo. Un pinchazo de algo que podría llamarse dolor me laceró en mi fantasmal núcleo.
Un mes después, volvió por otro libro y antes de que dijera nada me puse delante de él para observarlo con detenimiento. Iker se había quedado prendado de ti, no podía evitar venir siempre que podía a comprarte un libro. Pero cuando le toqué el brazo sucedió algo increíble. De pronto me encontré mirándote directamente a los ojos y recogiendo una bolsa con un libro que me estabas dando tú.
¡Estaba dentro de Iker! Aunque he de decir que el muchacho es muy testarudo. Lo primero que pensé fue que había poseído el cuerpo del chico y podría tener una segunda oportunidad contigo. Pero pronto me di cuenta de que la cosa no iba a ser así. Yo solo compartía cuerpo como el que comparte habitación. Iker seguía aquí conmigo y de vez en cuando tomaba el control del cuerpo. Primero luchó con todas sus fuerzas para echarme. Pero le supliqué, no podía hacer otra cosa, le rogué que me dejara decirte adiós como tocaba y a cambio le daría pistas de cómo conquistarte.
Ahora mismo te estarás preguntando si no me he vuelto loco. Pero podrías preguntarme cualquier cosa íntima que hayamos vivido tú y yo. Como el viaje relámpago a Venecia para cantarte una serenata en una góndola de mi familia. O el día que me llegó la notificación de que nos habían dado la adopción de María y te lo dije poniéndola dentro de una muñeca de trapo para que la descubrieras.
A medida que yo le iba contando cosas de ti a mi hospedador, podía sentir cómo los sentimientos de Iker y los míos se iban fusionando. Mi amor incondicional hacia ti se estaba contagiando. De pronto, la necesidad de verte ya no era solo mía. Pero esta vez ya no estaba celoso, había un anhelo dentro de mi ser, era lo que me faltaba por hacer. Tenía que conseguir que te enamoraras de Iker usando todo lo que yo conocía de ti. Mi idea era que rehicieras tu vida y pasaras página.
Empezamos a vigilarte, aunque yo ya sabía tu rutina. Pero así me daba la oportunidad de ver cómo te desenvolvías en tus quehaceres diarios. Podía verte con ojos mortales.
Justo esta semana empezábamos el “plan de ataque”. Aunque sería más conveniente decir de choque. Lo de chocar contigo patinando fue idea suya. Por suerte, funcionó a la perfección y conseguimos que te fijaras en él.
Aunque como puedes comprobar…, no ha resultado como yo pensaba. Se me han escapado cosas que han desencadenado todo esto. Lo que nos lleva a la situación actual.
Biel miraba a Iker intentando racionalizar lo que le estaba contando. Era surrealista, pero los datos certeros que le había dado de cosas que solo él y Miguel sabían…, ayudaban mucho a no volverse loco.
—Entonces ¿ahora estáis los dos ahí?
—Más o menos. Iker se mantiene en un segundo plano mientras ve todo lo que hago. ¿Quieres hablar con él?
—¿Te importa? Me gustaría conocerle.
—En absoluto, en el año que llevo con él hasta yo me he encariñado de su peculiar forma de ser.
Iker cerró los ojos un par de segundos y cuando los abrió de nuevo sus facciones cambiaron ligeramente. Eso dejaba patente que la persona que había ahora no era Miguel.
—Hola… —dijo en voz baja el chico.
—Hola, Iker. Encantado de conocerte.
El muchacho se sonrojó ligeramente y Biel lo encontró encantador.
—¿Así que te estabas colando por mí? —preguntó, sonriendo—. Qué tonto he sido, ¿no?
El color de la cara de Iker pasó de rosado a bermellón intenso en cuestión de segundos. Biel no podía creer que su libido estuviera subiendo por minutos. Sobre todo, sabiendo que Miguel estaba ahí, al otro lado.
—Yo… Esto… No quería acosarte. Por eso tardaba tanto en ir a buscar otro libro.
—¿A qué te dedicas, Iker?
—Soy abogado de derecho empresarial y litigios comerciales.
Biel puso cara de no entender lo que le decía.
—Básicamente aconsejamos a los clientes acerca de cómo comenzar, incluir, fusionar o desmantelar una empresa.
—Oh, eres de los duros, ¿no?
—Lo era, esta mañana me he despedido a mí mismo. Trabajaba en el despacho de mi padre. Quiero dedicarme a penal. Me gusta más.
—Entiendo. Y te gusta patinar… ¿Nos enseñarías?
La sonrisa de oreja a oreja que Iker mostró en ese momento daba la pista adecuada para acercarse. Patinar era una de sus pasiones y se le notaba.
—¡Estaría encantado de enseñaros a ti y a María!
La efusividad le daba un toque tan encantador que casi se derrite. Pero eso duró poco. Los ojos de Iker se cerraron, y al abrirse el rostro más duro de Miguel ya estaba a la vista.
—No me queda mucho tiempo, Biel. Siento cómo me estoy difuminando muy lentamente.
Sin darle tiempo a reaccionar, Miguel le besó. Cerró los ojos con rapidez para apreciar a su difunto marido. Fue un beso que conocía muy bien. La forma en la que jugueteaba con sus labios, frotándolos con suavidad para luego dar paso a la juguetona lengua. Biel lloraba en silencio mientras sentía cómo la lengua de Iker/Miguel le invadía de una manera familiar.
Abriendo los ojos vio que Iker también lloraba. Se separaron con lentitud y se quedaron mirándose un par de segundos.
—Es la hora, Biel, necesito irme ya. Solo quiero que sepas que te he amado más allá de lo que uno se puede creer, y que haya lo que haya al otro lado te seguiré amando. —gimió, conteniendo las lágrimas—. Quiero que le des una oportunidad a Iker. Te exijo que compartas tu vida con él, porque te merece, cariño, es un chico excepcional que necesita ser amado por alguien tan maravilloso como tú.
Biel estaba sin palabras. No podía pensar en que al menos esta vez, sí podría despedirse de Miguel.
—Bésame, Miguel. No hables más y bésame.
Y eso hizo…
Iker sintió los labios de Biel besándole con efusividad. Su cuerpo se paralizó al sentirlo, por fin, con su propio ser. Miguel ya no estaba.
Apartándose lentamente se quedó mirando al lloroso hombre que tenía delante.
—Lo siento.
Los sollozos estaban menguando.
—¿Puedo hacer algo por ti?
Silencio…
—Dime algo, Biel, por favor.
Los azules ojos del hombre del que se había enamorado locamente estaban mirándole directamente.
—¿Se ha ido? —preguntó, lloroso.
—Sí. Ya no comparte apartamento conmigo.
Esa sonrisa… Iker mataría por ver a Biel con esa sonrisa todos los días. Esa sonrisa que le cautivó y no le dejó dormir la primera vez que la vio en la tienda cuando compró su primer libro.
—¿Qué hacemos ahora?
—La verdad es que Miguel no me ha dejado instrucciones. Solo me dijo que cuidara de ti.
—¿Puedes abrazarme? —suplicó Biel, haciendo un mohín con carita de pena.
No tardó ni un segundo en abalanzarse sobre él y rodearle con sus brazos. El calor que sintió en ese momento fue sublime. Sobre todo, en el momento que fue correspondido y le rodeó la cintura con los suyos. Lo divertido —porque siempre hay algo divertido— fue que Iker pudo notar cómo Biel lo estaba oliendo.
—¿Me estás oliendo?
—No puedo evitarlo, tienes un aroma embriagador al que me resulta casi imposible resistirme. No hueles a Miguel.
Iker vio cómo se callaba de golpe, avergonzado, como si nombrar al fallecido y ya desparecido inquilino de su cuerpo fuera pecado.
—Nunca dejaremos de mencionar a Miguel. Fue parte de tu vida, fue parte de la mía y nos ha juntado para terminarla.
—Eso es muy tierno, Iker.
—¿Por qué crees que me gusta tanto comprar libros de romántica gay?
—Pensé que era porque así tenías una excusa para poder verme.
—¡Touché!
Se quedaron en silencio durante un largo rato hasta que el teléfono de Biel comenzó a sonar. Se separaron muy lentamente mientras contestaba a la llamada.
—… ¿Sí?… No, creo que no tardaré mucho en salir… ¿Cómo está María?… Estupendo, pues en una hora estaré en casa. Gracias, Carme…
Colgó el teléfono y lo puso sobre la cama.
—Tenemos cuarenta y cinco minutos.
—¿Y qué tienes pensado?
—Hoy conocerte un poco más, mañana… Quién sabe. Esta noche lloraré a Miguel. Mañana me levantaré y le contaré a mi hija que tengo un novio guapísimo que viene a desayunar.
Iker abrió los ojos como platos y exhaló con fuerza un suspiro.
—¿Has dicho novio? —preguntó muy sorprendido.
—Sí, eso es lo que he dicho. Veremos dónde nos lleva todo esto, aunque juegas con ventaja.
—¿Ah, sí, que ventaja es esa?
—Conoces cosas de mí que solo sabía Miguel, y eso te pone en ventaja.
—¿Y si prometo no hacer uso de ese conocimiento?
—Oh, amigo… No prometas algo que no vas a cumplir —declaró firmemente Biel.
—Prometo quererte tanto tiempo como me permitas.
Esta vez, fue Biel el que se abalanzó a los labios de Iker para reclamarle. Esta vez, los besos fueron distintos y mucho más pasionales. Un beso que dejó sellado algo que duraría muchísimo.
23 de abril de 2014
Hoy es Sant Jordi y estoy feliz. Tengo ganas de ver a Iker y regalarle el libro de Lynn Hagen que tanto deseaba. Sí, algún defecto tenía que tener… Pero cada día estoy más enamorado de él.
Gracias, Miguel. Te recordaremos siempre.
Un mes después
—¡Biel! ¿Dónde dejaste las rosas? —chilló Carme desde la trastienda.
—¡Están en la entrada, cegata de mierda!
—¡Papá ha dicho un taco! —exclamó la pequeña María, que estaba jugando en la zona infantil.
—No ha sido un taco, mi vida, tú no has escuchado nada.
—Qué rápido le mientes a tu hija. Debería caérsete la cara de vergüenza.
Biel se reía mientras envolvía el libro que tenía preparado para su novio. Decir que su relación se había vuelto firme era el eufemismo del mes. Se volvieron inseparables.
Iker había montado su propio despacho de abogados penalistas y estaba teniendo en un solo mes muchísimo trabajo. Todos los días, al cerrar la tienda, estaba allí esperándoles para irse a cenar juntos. María estaba encantada con él, le adoraba y siempre tenía su nombre en la boca. Iker esto…, Iker aquello…
Carme fue recelosa los primeros días con Iker, pero este era un encantador de hermanas. Se la llevó de calle cuando empezaron a hablar de literatura erótica gay, algo que a su hermana y a él les fascinaba.
Y qué decir del sexo… Estaba siendo maravilloso. Biel no podía dejar de sonreír cada vez que se acordaba de dónde le había tocado Iker esa noche. Tan distinto, pero a la vez tan igual.
Poniendo los libros en la gran mesa que habían colocado delante de la tienda, Biel estaba absorto colocando las etiquetas con los precios rebajados para Sant Jordi cuando alguien golpeó su hombro con los dedos llamando su atención.
—Disculpe, caballero, busco un libro titulado Mi momento ghost.
Biel, reconociendo la profunda voz de Iker, no se giró.
—Lo siento, caballero, se agotó hace un mes. Pero puedo aconsejarle uno que se llama Cómo no violar a tu novio en la calle porque está arrebatador. ¡Es un best seller!
La risa de su novio, grave, sonora y profunda, retumbó a su espalda. Girándose con rapidez para darle un beso, se quedó sin habla. Iker vestía una camiseta sin mangas de color blanco que le quedaba ajustada como una segunda piel. Después llevaba unos pantalones cortos de color turquesa. En su mano, un ramo de las rosas más hermosas que había visto en su vida.
—Es precioso —dijo Biel, entusiasmado—. Yo tengo un libro dentro para ti.
—¡Feliç Sant Jordi, amor meu!
Cortito pero intenso jajaja, me ha gustado mucho!! enhorabuena!!
besos
Preciosa historia!! Me ha encantado!!
Me has emocionado. Una segunda oportunidad, aunque ea breve, es lo que muchos hubiéramos necesitado en nuestra vida. Mágico y dulce, me encantal
Muchísimas gracias Alexis, me alegro que te haya gustado, era breve por la naturaleza de la antología y sus palabras acotadas. Pero me pudo lo sobrenatural e intenté hacer una historia romántica a la vieja usanza.
Precioso relato, me encantó ese toque sobrenatural, muy bueno e intenso.
¡Wow! Solo diré eso. ¡Wow!
!Me encantó!
Uffff madre mía, el momento «debo decirte adiós, tú eres la mitad de mi alma y la protegeré por siempre», admito que me ha hecho soltar lágrimas. Que preciosidad de relato, ¡me he quedado con ganas de más! Me ha encantado 🙂